El verso es siempre una asignatura pendiente para cualquier actor que ame realmente el teatro. Dijo Nuria Espert en cierta ocasión, que no entendía que una actriz, o un actor, no sintiera de vez en cuando la nostalgia apremiante de hacer teatro. Yo asumo esta afirmación y añadiría, además: “teatro en verso”. Los textos clásicos revisten el arte escénico de su antigua dignidad y de su magia irrepetible. Y el verso le confiere al actor un magnetismo, y una luz que no puede darle nunca el cine, por más excelente que sea una producción cinematográfica, ni por supuesto la TV. Vivimos en una civilización predominantemente visual y la conformación del mundo se organiza a través del sentido de la vista en combinación con los rayos de la imagen. Pero ese mecanismo sensorial fascinante no puede proveerte del recogimiento y la interiorización que proporciona el ritmo, la rima y la conexión misteriosa del verso con el elemento sutil del espacio y del aire. El verso rompe el tiempo y se pone al lado del espíritu de fiesta que es siempre el teatro del siglo de oro español.
No hay forma de imaginar a los grandes autores del siglo de oro si no es en verso donde la complejidad del pensamiento barroco se compensa con la sencilla musicalidad popular de los versos. A Valle Inclán le preguntaron que era eso de “el milagro musical del sonido “ y señalándose un oído, y después el otro, contestó diciendo: “que por aquí me entra, y por aquí me sale.” No hay forma más graciosa y perspicaz de definir el anonadamiento gozoso que trasmite la poesía, especialmente la del teatro barroco español. Yo he recogido los mejores versos de mi vida en las tablas y he decidido afrontar mi asignatura pendiente con el verso: un espectáculo en el que el centro y la periferia, la motivación y la justificación, el punto de partida y el objetivo final solo sean versos, versos, versos y más versos.
Espero que ustedes lo disfruten. Esta es la asignatura pendiente de mi “VIDA EN EL ARTE”.